El río se desbordaba.
Aquí y allá,
en la cresta espumosa de la corriente pesada, flotaban animales muertos o se
deslizaban troncos y ramas.
Familias
enteras abandonaban las casas, en la lluvia, llevando aves y empujando algún
caballo en los huesos.
Quirino, el
joven barquero, que 26 años de sol en el desierto lo habían fortalecido en
todo, rumiaba en plan siniestro.
No muy
lejos, en una casa fortificada, vivía Licurgo, conocido usuario de la zona.
Todos sabían que era el propietario de una pequeña fortuna a la que montaba
guardia vigilando.
Nadie, por tanto, podía valorar la extensión, porque, solo
envejecía y solo atendía sus propias necesidades.
“El viejo –
decía Quirino para sí mismo – alcanzará todo. Es la primera vez que surge una
inundación como esta.
Agarrado a los propios enseres, será en gran medida
arrastrado… Y si las aguas deben acabar con todo, ¿por qué no beneficiarme? El
hombre ya pasó de los setenta… Morirá a cualquier hora. Si no es hoy, será
mañana, después de mañana…. ¿y el dinero guardado? no podrá servir, ¿no soy
joven y con pleno derecho al futuro? …”
El aguacero
caía en la tarde fría.
El joven,
dudando, llamó a la puerta de la choza húmeda. ¡Licurgo! ¡Licurgo!.....
Y, ante el
rostro asombrado del vecino que se asomó por la ventana, informó:
-
Si
el Señor no quiere morir, no debe retrasarse. En poco de tiempo las aguas llegarán. Todos los vecinos ya se
fueron...
No…no…. – gruñó el propietario-, vivo aquí desde hace muchos años. Tengo
confianza en Dios y en el río…. No saldré.
-
Vengo
a hacerle un favor…
-
Lo
agradezco, pero no saldré.
Llevado por
un criminal impulso, el barquero empujó la puerta mal cerrada y se abalanzó
sobre el viejo, que intentó en vano reaccionar.
-
¡No
me mates asesino!
La voz
ronca, se calló en los dedos robustos del joven.
Quirino
apartó para un lado el cuerpo como un trasto inútil, quitó el manojo de llaves
del cinturón y, en seguida, registró todas las cajas….
Las cajas
abiertas mostraban billetes mohosos, monedas antiguas y diamantes, sobre todo
diamantes.
Cegado de
ambición, el joven cogió todo lo que había.
La noche
lluviosa muy cerrada…
Quirino
colocó los despojos de la víctima en una manta y, en pocos minutos, el cadáver
navegaba por el río. Después, a la vuelta a la casa despoblada, arregló el
lugar y se alejó, llevando la fortuna. Pasado algún tiempo, el asesino no vio
que una sombra le perseguía por detrás. Es el espíritu de Licurgo, que acompaña
el tesoro.
Presionado
por el remordimiento, el barquero abandona la región y se instaló en una gran
ciudad, con una pequeña casa, y se casó, intentando olvidar su propio
arrepentimiento, pero recibió al viejo Licurgo, reencarnado, como primer hijo…
Cuentos de Esta y de la otra Vida
(Psicografiado Chico Xavier –
espíritu Humberto de Campos)
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