La idea del Diablo

ROGERIO COELHO

“(…) Creer que Dios haya creado un ser eternamente dedicado al mal, saboteador contumaz de Su obra, es actitud ingenua que toca las rayas de la más sórdida blasfemia.”

François C. Liran

Satanás, Demonio, Belcebú, Ser Maligno, Lucifer, El Bicho, Pie de Cabra, Capeta, Belfegor, estas son las denominaciones por las cuales se nombra al Diablo, siendo esta última (Belfegor) creada por Jean Weier, que irresponsables autoridades de la Iglesia permitieron que se divulgase en los círculos católicos para nombrar los titulares antípodas del Bien dándoles (¡asómbrense!) “status” de rivales de Dios. Hasta el mismo Goethe, para su Fausto, aumentó las ya abundantes denominaciones para el indignado Señor de las Tinieblas, llamándole Mefistófeles, señor de los vándalos perversos…

Ser temible engendrado los intereses subalternos, leyenda viva y verdadero anti-héroe, cuya figura se conserva hasta hoy en el imaginario cristiano, esta figura malvada ha sido excelente auxiliar de las religiones medievales y contemporáneas que necesitan de ese tipo de terrorismo para que sean calmadas sus ingenuas ovejas en los estrechos y áridos apriscos dogmáticos.

Tal  terrorismo adquiere contornos dramáticos cuando, extrapolando las fronteras del mundo físico, invade el Mundo Espiritual, en el cual, a través de ideo-plastias, las criaturas desencarnadas portadoras de clichés mentales creados y nutridos por ellos mismos, acaban quedando frente a frente con esa demoniaca entidad, que en verdad es la fantasía de algún Espíritu inferior que de esa forma se muestra para aterrorizar a su indefensa y crédula víctima.

Las mismas instrucciones eclesiásticas que mandaron quemar libros espíritas en la hoguera, aprobaron (coherentemente) el libro de autoría de Collin de Plancy que trae la transcripción minuciosa de diversos demonios.

Silas (1) explica que las ideas macabras de magia vil, tanto las de brujería o del demonismo que las iglesias denominadas cristianas propagan, a pretexto de combatirlas, manteniendo creencias y supersticiones, al precio de conjuraciones y exorcismos, generan los clichés mentales demoniacos en los desencarnados de cerebros flacos y desprevenidos que creen en tales absurdos, estableciendo epidemias de pavor alucinantito. Por otro lado, las inteligencias desencarnadas, entregadas a la perversión, se valen de esos cuadros mal contornados que la literatura fetichista o la propagación invigilante distribuyen en la Tierra, a “manos llenas”, y le imprimen temporaria vitalidad, así como un artista del lápiz se aprovecha de los dibujos de un niño, tomándolos en los diseños seguros con que pasa a impresionar el ánimo infantil.

Cuanto más próxima una criatura está de Dios, mayor es su inteligencia y su libertad de elección

Es, por tanto, evidente y fácil de “reconocer que cada corazón edifica el infierno en que se aprisiona, de acuerdo con las propias obras. Así es que tenemos con nosotros los diablos que deseamos, figura escogida y modelada por nosotros mismos”, concluye Silas.
¿Entonces, si Dios es la infinita Bondad, (de eso no podemos dudar), como a partir de Él, el Sumo Bien, podría haber surgido un Ser que fuese su antítesis? Esa fue la polémica surgida en el seno de la Iglesia Católica en la baja Edad Media. Pero San Agustín (hoy redimido por el conocimiento espírita) dio, en aquel tiempo, una solución que satisface las “lucidas” cabezas medievales: Libre Albedrio.

Según ese Padre de la Iglesia, cuanto más próxima una criatura está de Dios, mayor es su inteligencia y su libertad de elección. Y en el uso de tal libertad hasta los Avatares de la más alta jerarquía, creaciones más perfectas del Todo Poderoso, pueden escoger libremente entre lo cierto y lo errado. Así, el Diablo, no es otro sino el Ángel de Luz (Lucifer) que escogió errado. (¡?), Llevando con el toda una corte de áulicos y tarifarios. Tal teoría agustiniana no prevalece en los días de hoy cuando el Espiritismo viene a explicarnos que el Espíritu no retrocede. (2)

La imaginación de San Agustín (bien entendido: el San Agustín encarnado en la Edad Media, aun no iluminado por las claridades del Espiritismo) va más lejos: Con su concepto filosófico de LUZ (del “Fiat Luz” bíblico), localiza en las claridades del día el  momento inicial de la actuación divina. Por contraste, la noche y su oscuridad pasan a incorporar las horas demoniacas, el periodo temporal de mayor vigor del mal, originando la expresión de “Espíritu de las Tinieblas”.

Esa diabólica figura mitológica conservada en la sal insípida de los dogmas generados en el útero estéril de la Iglesia, experimentó el auge de su fama y gloria con Santo Tomas de Aquino, que la colocó en un pedestal de importancia tan relevante que su presencia  en la religión acaba rivalizando y, aun superando la presencia de Dios, creando, entonces un clima de terror.

En una charla de menos de veinte minutos, determina líderes (ciegos guiando ciegos) religiosos mencionan la palabra “demonio”  algunas decenas de veces, quedando difuminadas o totalmente nulas citaciones sobre Dios o de Jesús.

La palabra demonio, originaria de la Grecia clásica, no poseía la connotación actual de Genio de las Tinieblas

Es necesario irnos varios siglos atrás en el tiempo para encontrar el nacimiento del Diablo, porque ya en el tiempo de Jesús, según anotación hecha por Marcos, el Dulce Rabí fue asociado a él, cuando sus enemigos dijeron: “(…) Por el príncipe de los demonios expulsa los demonios”. (3)

El Diablo es el anti-héroe creado con la finalidad de asustar el pueblo ignorante para tenerlo sometido a los dogmas absurdos y mantener el“status” de la casta sacerdotal con su parasitismo ancestral.

La palabra demonio, de “daimon”, originaria de la Grecia clásica, no poseía la connotación actual de genio de las tinieblas. Nos recuerda el Maestro Lionés (4) que esta denominación no era atribuida a la maldad en la antigüedad tal como lo conocemos ahora, porque no designaba exclusivamente seres malvados, sino todos los Espíritus en general, entre los que se destacaban los Espíritus Superiores llamados Dioses, y los menos elevados, o demonios propiamente dichos, que se comunicaban directamente con los hombres.

Sócrates decía ser íntimo de un “daimon” de quien aprendía altos conceptos filosóficos, y afirmaba que después de la muerte el daimon(entiéndase Espíritu protector) que nos había sido designado durante la vida nos lleva a un lugar donde se reúnen todos los que tienen que ser conducidos al Hades, para ser juzgados.
El Maestro Lionés tubo el celo de estudiar este tema concienzudamente en los Capítulos IX y X, 1ª parte, del libro básico: “El Cielo y el Infierno”, donde con su habitual y contundente lógica, concluye que la creencia en la existencia de tal Ser resultaría en el trágico e inadmisible corolario: Dios se engañó, por tanto solo podemos concluir: Dios no es infalible (¡¿).

Con la reflexión de su raciocinio lúcido, Allan Kardec nos lleva a la raíz de la cuna del Diablo al levantar la vieja cuestión del Bien y del Mal. Nos dice (5): “Probada y patente la lucha entre el bien y el mal, triunfante este muchas veces sobre aquel, y no pudiéndose racionalmente admitir que el mal derivase de un benéfico poder, se concluyó  la existencia de dos poderes rivales en el gobierno del mundo. De aquí nació la doctrina de los dos principios, muy lógica en una época en que el hombre se encontraba incapaz de, raciocinando, penetrar en la esencia del Ser Supremo.

El duplo principio del bien y del mal fue, durante muchos siglos, la base de todas las creencias religiosas

¿Cómo comprendería, entonces, que el mal no pasa de estado transitorio del cual puede  emanar el bien, conduciéndolo a la felicidad por el sufrimiento y auxiliándole en el progreso? Los límites de su horizonte moral no le permitían ver más allá de su presente, en el pasado como en el futuro, también no le permitían comprender que ya hubiese progresado, que progresaría todavía individualmente, y mucho menos que las vicisitudes de la vida resultaban de las imperfecciones del ser espiritual residente en él, que preexiste y sobrevive al cuerpo, en la dependencia de una serie de existencias purificadoras hasta alcanzar la perfección.

Para comprender como del mal puede resultar el bien es necesario aprender el conjunto del mal – y solo del cual – resultan nítidas las causas y respectivos efectos.

El doble principio del bien y del mal, fue durante muchos siglos, y bajo varios nombres, la base de todas las creencias religiosas. Lo vemos así sintetizado en Oromase y Arimane entre los persas, y en Jehová y Satán entre los hebreos. Todavía, como todo soberano debe tener ministros, las religiones generalmente admitirían potencias secundarias, o buenos y malos genios.

Los paganos hicieron de ellos individualidades con la denominación genérica de dioses y les dieron atribuciones especiales para el bien y para el mal, para los vicios y para las virtudes. Los cristianos y los musulmanes heredaron de los hebreos los ángeles y los demonios. Se concluye, por tanto, fácilmente que la doctrina de los demonios tiene origen en la antigua creencia de los dos principios: El Bien y el Mal.

Por otro lado, el hecho que permitió la génesis de doctrina tan absurda fue la total ignorancia que entonces existía acerca de los verdaderos atributos de Dios: Único, Eterno, Inmutable, Inmaterial, Omnipotente, Soberanamente Justo y Bueno, Infinito en todas las Perfecciones.

Este es el eje en torno del cual – necesariamente – precisa girar todo y cualquier concepto filosófico o doctrinario que quiera alinearse con la verdad y con la lógica.

Hades representa la divinidad griega que protegía los ladrones y guardaba también los rebaños

En un periplo en la historia de las civilizaciones antiguas, según el historiador Carlos Roberto F. Nogueira, con base en el libro: “El Diablo en la Imaginería Cristiana”. EDUSC, y en la compañía de Savio Laterce, enseñando filosofía por la IFUCS – UFRJ, en un reportaje publicado en el Jornal do Brasil, edición de 30-06-2001, podemos observar la eterna e interminable lucha del Mal contra el Bien, con sus respectivos ejércitos y almas de combate bien como la nítida característica propia de los dioses, pues entre los antiguos pueblos orientales, ciertos dioses ya incorporaban potencias destruidoras, negativas, e – invariablemente -- llevaban el mito que los marcaba, la ambigüedad.

Baal era, al mismo tiempo, el dios mesopotámico del huracán y de la fecundidad. Hades representaba la divinidad griega que protegía los ladrones y también guardaba los rebaños. Apolo, el dios griego de la belleza, de la música y del equilibrio, tenía su faceta oscura ligada a rituales de adivinación, a la falta de claridad en las palabras y a puniciones sumarias.

Hasta el Dios hebraico del Viejo Testamento sigue esa misma línea: es bueno, pero solo con aquellos que le son buenos o simpáticos, teniendo un fuerte lado celoso y vengativo. El motivo para tal dicotomía no es difícil de presentir: los relatos del origen del Universo en diferentes culturas revelan que es necesario unir fuerzas constructivas, organizadoras con ideas creativas en todas las direcciones para la realización de la tarea.

La cultura hebraica, que legó herencia a la religión cristiana, se bañó en el caldo cultural de la rica fuente de los primitivos y ancestrales cultos. “El pueblo judaico” – explica Laterce (6) - , ligado por raíces a Mesopotamia y al politeísmo, definió en el siglo VI a.C., Yahveh como Dios único y más perfecto que los dioses de otras culturas.

Acosados permanentemente por persas, babilonios y mesopotámicos, lo exterior y lo desconocido tiene para los hebreos el carácter de amenaza. El extranjero es del lugar de las divinidades de segundo orden y del territorio adversario, que en hebraico significa Satán. Pero, junto con la promesa del más allá y la idea dualista de dos mundos – influencias de persas y caldeos - , surgen las nociones de Cielo e Infierno, la división más marcada de bien y mal y también algunos mitos que narran el viaje para un mundo superior, celeste…El Dios es único, pero el mal está disperso en un grupo de entidades.

Los santos de hoy son los sucedáneos de los antiguos ídolos paganos, una vez que la Iglesia no consiguió erradicar la idolatría

Según Carlos Roberto Nogueira, la concentración del mal en un personaje solo queda visible en el Nuevo Testamento. Ahí satán (substantivo) pasa a ser Satán (nombre propio). De un adversario se convierte en Adversario. El modelo del enemigo de Jesús, aquel que coloca su voluntad a prueba está creado.

Con la unificación religiosa realizada por Roma en el siglo 4 d.C., el Cristianismo, de secta perseguida (recordemos que Pablo de Tarso hasta tener una visión divina en el desierto sirio era un rabino judaico que perseguía cristianos), se transforma en el culto oficial y obligatorio de todo el Imperio. Lleno de corrientes divergentes en su comienzo gana cada vez más el aspecto cerrado y generalista del catolicismo (católico=universal). Pagano pasa a ser todo el pasado y el presente ajeno al Imperio Romano.

Con el creciente poderío latino cristiano, tenemos un caso aparte: la tentativa de exterminio de toda la tradición cultural griega. Algunas manifestaciones tan fácilmente visibles, como los oráculos destruidos y las narices y brazos quebrados de las esculturas griegas, tal como lo hicieron en pasado reciente los lideres “religiosos” de Afganistán, destruyendo las enormes estatuas representativas del Budismo. Cual forma de culto paralelo ligado a la fecundidad y a la Naturaleza, como las fiestas rurales sagradas de la primavera, pasan a ser terminantemente prohibidas. Solo que la prohibición muchas veces no tenía éxito. Al no conseguir cohibir estas prácticas de la manera que le gustaría, el cristianismo usa las armas del enemigo. Mantiene el Dios único allí encima, pero produce una multiplicidad en un nivel más bajo: los santos.

Es evidente que los santos de hoy son los sucedáneos de los antiguos ídolos paganos, una vez que la Iglesia no consiguió erradicar la idolatría. Es la vieja historia: si no se puede con el enemigo, mejor unirse a él. Ni las antiguas fiestas rurales dejaron de celebrarse: fueron substituidas por las fiestas urbanas que sobreviven hasta hoy. Basta con ver lo que ocurre alrededor de las Iglesias católicas en los meses de Mayo y Junio.

Entonces, lo que tenemos hoy en día no difiere de lo que los paganos tenían en su tiempo. Era, de hecho, absolutamente necesaria la llegada del “Consolador prometido” para colocar orden en la Casa Planetaria que nos acoge.

Tomas de Aquino potencializa la figura del Diablo en un orden tal que inventa una ciencia para combatirlo: la demonología

A pesar del destaque creciente que el demonio va ganando dentro del Cristianismo, aunque la victoria de Dios sobre el Diablo es considerada incontestable. Este último existe en el mundo para ser superado y dar más gloria al poder absoluto celestial. El cuadro solo muda en un momento histórico bien posterior con el gran teórico de la Religión Cristiana Santo Tomas de Aquino.

Estamos en el siglo XIII y la Iglesia Católica vive el apogeo de su dominio territorial, político y económico. Para mantenerse así, necesita demostrar su poder cada vez con más visibilidad, podríamos inclusive decir: con atrevida y ostensiva violencia. En ese contexto, y en esa imperiosa necesidad de la Iglesia sustentar su dominio esclavista, Santo Tomas de Aquino potencializa la figura del Diablo en un orden tal que, a partir de las simbologías del folclore popular, inventa una ciencia para combatirlo: la demonología. En ese festival de ignorancia los católicos todavía consiguen ser superados por los llamados Evangélicos (protestantes) donde, los pastores con violencia tratan de expulsar de las ovejas los demonios.

A partir de ahí, pasan a existir reglas bien definidas para la identificación del personaje del mal, que solo podría ser derrotado con la imprescindible ayuda de fe cristiana. Así el Diablo gana contornos físicos más precisos, inclusive con la ayuda de grandes pintores que trabajaban para la Iglesia con exclusividad, no economizando recursos para pintar con los colores fuertes de la ignorancia los paneles infernales destinados a horrorizar al pueblo.

“El hibrido hombre/animal” – continua esclareciendo Laterce – (5), “forma que los antiguos pueblos orientales representan el sobrenatural, va a ser la base para componer una figura esencialmente deformada. Una presencia recurrente son las patas del chivo, que era el animal escogido por muchas culturas pre-cristianas para rituales de sacrificio y adoración a los dioses (de ahí la expresión de chivo expiatorio).

Además de eso, un dios griego particularmente amenazador para los dogmas del Cristianismo era Dionisio, patrón de la danza, de la música, del teatro y de la embriaguez; o sea, el desreglamento propio de la efervescencia caótica de la creación artística. ¿Y cuál es la característica más importante en la apariencia de Dionisio? Sus patas de chivo. La presencia de esos miembros inferiores en la imaginación popular ayudaría a colocar, de una sola vez, la tradición religiosa griega y oriental en una íntima conexión con las fuerzas malignas.

Una familia fue condenada a la hoguera por la “Santa Inquisición” por cambiar la ropa de cama en un Viernes
Después, el Diablo se convierte en una obsesión omnipresente y va dejando de ser un individuo para caracterizarse como un grupo de combatientes (legión de demonios) y, por tanto, cualquiera en cualquier lugar puede estar “poseído”, y, consecuentemente necesitado de la ayuda exorcista de la Iglesia.

Las persecuciones de la “Santa Inquisición” alcanzan a todos aquellos que divergen del patrón pre-determinado de cristiano, y que en la opinión de las atentas autoridades eclesiásticas  tenían pacto con el demonio. Cualquier idea filosófica que comenzase a florecer y despuntar por encima del rígido contexto dogmático impuesto era rápida e impiadosamente cortado de raíz. Las acusaciones que vía de regla llevaban al condenado a la muerte se constituían de argumentos absurdos, banales y arbitrarios: Una familia fue condenada a la hoguera por cambiar la ropa de cama en un Viernes; los pelirrojos tienen en el color de los cabellos una señal de su relación con el fuego del Infierno y deficientes físicos constituyen, por analogía, deformados espirituales y olvidados de Dios, por tanto, ¡a la hoguera con ellos!

En el siglo XIV, un movimiento “incensado”  por la Iglesia para aumentar su poderío en dirección a Oriente, las Cruzadas tenían como lema el concepto de Guerra Santa contra el paganismo y como objeto la expulsión de los árabes de la región donde vivió Jesús. La composición del Diablo gana nuevos ítems: barbilla y tono de piel oscuro característica de los moros. Y así, nutrido por la placenta de la ignorancia y de los inconfesables intereses subalternos, el Diablo va siendo reformado hasta alcanzar su “status” actual.

El modelo monárquico absolutista de la Edad Media ayuda a componer la idea del líder de todo el ejército demoniaco: Satán es ahora el Príncipe de las Tinieblas, el reverso de Cristo, el Anticristo, que un día reinaría sobre la Tierra. Pero había todavía un motivo importantísimo           - económico – que navegaba en las corrientes subterráneas de ese realce de las fuerzas demoniacas: la lucrativa de las indulgencias.

Expliquemos: El Apocalipsis Bíblico parecía estar concretizando en virtud de las guerras y del resurgimiento de la peste. Y con los paneles infernales siendo pintados por encima de los pulpitos con las fuertes tintas del terror, estaba ahí creada la dependencia necesaria de la que la Iglesia se utilizó abundantemente para obtener lucro: pasajes garantizados para el Cielo podían ser comprados a partir de la adquisición de las indulgencias a peso de oro para los nobles. Ahí tenemos al Diablo nombrado ministro de la economía de la Iglesia. Sin él, no habría terrorismo y nadie se interesaría por el precioso “pasaporte”.

Gravitar para Dios, es el objetivo de la Humanidad y tres cosas son necesarias: la justicia, el amor y la ciencia.

Pero, como no hay situación que dure para siempre, a partir del siglo XVI, con el avance de la ciencia moderna y los nuevos conceptos filosóficos humanistas, tenemos una disminución de la importancia de la religión en la vida cotidiana. Con eso, el Diablo también perdió espacio.
Hoy, a pesar de nuestro mundo ser cada vez más racionalista y desacralizado, él está presente en rituales de algunas corrientes protestantes, en cultos satánicos y en el mundo de la ficción en un numero razonable de películas de calidad dudosa, entre los cuales se salvan “El bebé de Rosemary”, de Román Polanski, y “El Exorcista”, de William Friendkin.

Finaliza Laterce con sabiduría filosófica:
“La lectura del Diablo en el imaginario cristiano lleva a pensar que nuestra voluntad siempre fue transportar el mal para un mundo distante de nosotros, transcendente, solo que cada vez tenemos más evidencia de que él es de orden humana”.
En la conclusión de “El Libro de los Espíritus”, Pablo de Tarso dejó la siguiente carta para todos nosotros, cristianos de la actualidad:

Gravitar para la unidad divina, es el fin de la Humanidad. Para alcanzarlo, tres cosas son necesarias: la Justicia, el Amor y la Ciencia. Tres cosas le son opuestas y contrarias: la ignorancia, el odio y la injusticia. ¡Pues bien! Os digo, en verdad, que mentís a estos principios fundamentales, comprometiendo la idea de Dios, con lo que exageráis la severidad. La comprometéis en doble, dejando que en el Espíritu de la criatura penetre la suposición de que hay en ella más clemencia, más virtud, amor y verdadera justicia, de la atribuíais al ser infinito.

Destruís también la idea del infierno, haciéndolo ridículo e inadmisible a vuestras creencias, como lo es a vuestros corazones el horrendo espectáculo de las ejecuciones, de las hogueras y de las torturas de la Edad Media: ¡Pues que! ¿Cuándo se encuentra borrada para siempre de las legislaciones humanas la era de las ciegas represalias es que esperáis mantenerla en el ideal? ¡Oh! creedme, creedme, hermanos en Dios y en Jesucristo, creedme: u os resignáis a dejar que perezcan en vuestras manos todos vuestros dogmas, de preferencia a que se modifiquen, o, entonces, vivificarlos, abriéndolos a los beneficiosos efluvios que los Buenos, en este momento, derraman sobre ellos. La idea del infierno, con sus hornos ardientes, con sus calderas hirviendo, puede ser tolerada, esto es, perdonable en un siglo de hierro; pero, en el siglo diecinueve, no pasa de vano fantasma, propio, cuanto mucho, para asustar a niños y que estos, creciendo un poco, dejaran de creer”.

El castigo solo tiene por fin la rehabilitación, la redención. Quererlo eterno es negarle toda la razón de ser

“Si persistís en esa mitología aterradora, engendrareis la incredulidad. Madre de toda la desorganización social. Tiemblo, entreviendo todo un orden social condenado a caer sobre sus fundamentos, por falta de sanción penal. Hombres de fe ardiente y viva, creyendo en el día de la luz, manos a la obra, no para mantener fabulas que envejecieron y se desacreditaron, más para reavivar y revivificar la verdadera sanción penal, bajo formas consecuentes con vuestras costumbres, vuestros sentimientos y las luces de vuestra época.

¿Quién es, en efecto, el culpable? Es aquel que, por un desvío, por un falso movimiento del alma, se aparta del objetivo de la creación, que consiste en el culto harmonioso de lo bello, del bien, idealizado por el arquetipo humano, es decir, por Jesús de Nazaret

¿Qué es el castigo? La consecuencia natural, derivada de ese falso movimiento; una cierta suma de dolores que necesariamente deben ser despojados de su deformidad, por la experiencia del sufrimiento. El castigo es el aguijón que estimula el alma, por la amargura, a doblarse sobre sí misma y a buscar el puerto de salvación. El castigo solo tiene por fin la rehabilitación, la redención. Quererlo eterno, por una falta no eterna, es negarle toda la razón de ser.

“¡Oh! en verdad os digo, cesad, cesad de poner en paralelo, en su eternidad, el Bien, esencia del Creador, con el Mal, esencia de la criatura. Fue crear una penalidad injustificable. Afirmar, por el contrario, el ablandamiento gradual de los castigos y de las penas por las transgresiones y consagrareis la unidad divina, teniendo unidos el sentimiento y la razón”. (Pablo, apóstol).
Creado con fines lucrativos y para atender el ansia de dominación de una casta parasita, el Diablo fue muerto y sepultado por el conocimiento espírita que nos informa de manera límpida y cristalina que no puede ser creíble que nuestro Padre Celestial, el Dios del Amor y Bondad, pueda crear un ser eternamente trabajando para el Mal, afirmando, por otro lado, que todos los Espíritus son creados simples e ignorantes, siendo los malos simplemente Espíritus de evolución todavía incipiente, pero que pueden alcanzar los más altos cargos de la jerarquía espiritual en el curso infinito de los tiempos.

Notas:
    • Francisco Cándido Xavier. Acción y Reacción. (Por el Espíritu André Luiz). 5ª edición. Rio de Janeiro: FEB, 1975, cap. 4.
    • Allan Kardec. El Libro de los Espíritus. 88 edición Rio de Janeiro: FEB, 2006, Pregunta 118.
    • Marcos, 3.22.
    • Allan Kardec. El Evangelio según el Espiritismo. 125 edicion. Rio de Janeiro: 2006. Introducción.
    • Allan Kardec. El Cielo y el Infierno. 51 edición. Rio de Janeiro: FEB, 2003, IX, ítems 4 y 6.
    • Savio Laterce es Profesor de Filosofía por la IFCS-UFRJ.

    Traducido del portugués por Pedro Rodriguez

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