El regreso del hijo pródigo (5)

Juan José Torres

Llegamos a la última parte del artículo, donde nos vamos a centrar en la figura del Padre.

Jesús presenta, en todas sus lecciones y enseñanzas, a Dios como nuestro padre. Esta visión de Jesús sobre Dios introduce un concepto nuevo en la humanidad. Dios no es solo el creador, el director del universo, su acción es también providencial, y como tal, no deja de ser un padre para nosotros.

Esta visión de Dios supuso un avance profundo en cuanto a la comprensión de Dios. Es natural, sin embargo, que reflexionemos en las implicaciones que eso tiene para nosotros.

Por un lado, desde los sectores religiosos anquilosados en el dogma, Dios no deja de ser una figura superior, pero con los sentimientos propios del ser humano. Es por esto que en los textos sagrados de la mayoría de las religiones teístas, se presenta a Dios con las peculiaridades emocionales del ser humano. Así pues, se habla de que esto agrada o desagrada a Dios, esto lo enoja o lo alegra, y esto otro le causa tristeza o alegría. Algunos llegan a afirmar que tanto necesitamos nosotros de Dios como Dios de nosotros. Indudablemente, en nuestra limitadísima visión, no podemos concebir un Dios inmutable, pues ese concepto escapa a nuestra comprensión, ya que nuestra vida es una continua ola de emociones y sentimientos.

Pero por contrapartida, están los que llegan a Dios a través del razonamiento frío y lógico, y conciben a Dios como una fuerza o energía creadora que se mantiene ajena a su obra. Para ellos Dios es una inteligencia que ha creado el Universo por medio de Leyes que funcionan de forma automática, sin que exista un vínculo entre Dios y su creación.

Frente a estas dos posturas, encontramos la visión que nos presenta la Doctrina Espírita. Evidentemente no podemos concebir a Dios con los sentimientos y emociones de un ser humano, ya que si lo considerásemos así estaríamos viéndolo de una forma antropomórfica desde el punto de vista emocional. Un Dios que se alegra o entristece no tiene sentido frente a la más elemental lógica, puesto que implicaría que Dios está sujeto a cambios emocionales propios de los hombres, y por consecuencia, su acción estaría también sujeta a esos cambios, lo que no corresponde con la figura que podemos tener de Dios.

Ahora bien, y sin pretender intentar penetrar en el pensamiento de Dios, cosa imposible en nuestro grado evolutivo, consideramos que la propuesta de Jesús sigue teniendo profunda vigencia en nuestros días, y la figura de Dios como Padre es la más alentadora y consoladora que podemos comprender.

No sería, por supuesto, un padre dentro de los conceptos estrictos de la definición que existe en cuanto al papel del padre. Su acción tendría base en el Amor Infinito pero también en la Justicia Absoluta. De esta forma, su papel como padre se establece cuando formula las leyes evolutivas que nos permitirán pasar, desde el estado de simplicidad y sencillez absoluta, a la condición de espíritus puros, ofreciéndonos a todos por igual los recursos para llegar a ese estado, y este es el padre que pinta Jesús en su magistral Parábola del Hijo Pródigo.

No olvidemos que Jesús habló en muchas ocasiones por medio de parábolas, y como bien sabemos, una parábola es una narración alegórica que pretende, sirviéndose de las imágenes, expresar una enseñanza. Por eso Jesús compara "El reino de los Cielos" es decir, la creación y el proceso evolutivo, a un padre que tiene dos hijos. Y a partir de ahí, siguiendo con la parábola, teje un relato donde se perfilan diversas características psicológicas de los seres humanos, para abordar el Amor Incondicional e Infinito de Dios hacia todos sus hijos.

Este Amor se manifiesta desde el momento que ofrece en su casa auxilio y trabajo para sus dos hijos. Dios nos ha dado a todos nosotros la vida. Pero no solo la vida, también nos dio el universo para vivir, y junto a él todo lo necesario para nuestro progreso y crecimiento. Pero no quiso darnos todo el trabajo hecho, ya que si todo nos lo hubiera dado hecho no tendríamos mérito de nuestras conquistas, es más, no serían nuestras conquistas.

Por ello nos dio el libre albedrío. En la parábola, Jesús pinta claramente esto cuando explica que el hijo menor le dijo al padre que quería marcharse. En ese momento el padre atiende la petición del hijo y la respeta, deja que el hijo se marche aunque sabe que eso va traer dolor y sufrimiento a su hijo. Es una visión profunda de Dios. Aquí Dios no es presentado como un padre que se angustia por la marcha del hijo, sino como un Dios que sabe que solo por la experiencia propia su hijo aprenderá. Por eso le deja ir, ante la certeza de que tarde o temprano el hijo volverá, puesto que solo el camino del crecimiento y la perfección es el válido para la adquisición de la felicidad.

Rembrandt, cuando pinta la figura del padre, hace alusión a un concepto que está ganando adeptos en la actualidad en diferentes corrientes religiosas y espirituales. Se trata de la dualidad de Dios como padre y madre. Si observamos atentamente el cuadro, vemos como pinta las dos manos de forma muy diferente. Cuando el autor del libro hace referencia a las manos que pintó el genial artista, observa como la mano izquierda es fuerte y vigorosa, mientras que la derecha es delicada y sensible, lo que le hace llegar a la idea anteriormente mencionada, y superando los conceptos de las tradiciones Judeocristianas, que son ampliamente machistas, ofrece, desde el seno del propio catolicismo, una visión de Dios con esa dualidad.

Sin embargo aquí me gustaría dar una opinión.

La visión de Dios como padre y madre a la vez, puede perfectamente encuadrarse en la visión que ofrece el espiritismo sobre Dios, pero con ciertas consideraciones.

La primera de ellas es que no puede tomarse al pie de la letra. Cuando hablamos de Dios como padre lo hicimos bajo el concepto de no humanizarlo, teniendo en cuenta que él es el padre porque es el creador, y consideramos que se puede tener como padre desde el momento que ofrece su acción providencial ante sus hijos. Desde esta visión, Dios es padre y madre, es decir, su acción providencial tiene por finalidad, como dijimos, el amor infinito (madre) y la justicia que educa, (padre). Solo así es que podemos considerar esa dualidad.

Por otro lado, encasillar a Dios como padre y madre a la vez, atribuyendo el amor, la protección y la ternura a la madre, y la justicia, la educación y la rectitud al padre, sería mantenernos en los estereotipos clásicos que vinculan esos sentimientos a la mujer y al hombre, cuando en realidad podemos encontrar en el sentimiento femenino rectitud, justicia y educación, y en el sentimiento masculino amor, ternura y protección.

Desde mi modesta visión, y esto puede ser debatible, solo desde un punto de vista simbólico podemos hablar de Dios como padre y madre, y creo que solamente viéndolo de esa forma, -como un simbolismo para expresar ciertos atributos de Dios- estaremos acertados, pero siempre teniendo muy presente que Dios transciende de la masculinidad y la feminidad, que son características propias de los seres humanos en nuestro planeta, pero que no constituyen sino elementos transitorios del proceso de crecimiento espiritual del espíritu, que un día los superará para seguir su crecimiento hacia cotas de progreso hoy inimaginables para los seres humanos. Por eso, encasillar a Dios dentro de estas condiciones humanas es adaptarlo a nuestro pensamiento limitado, cuando él es, por definición, infinito en todas sus cualidades.

En la parábola, Jesús presenta a Dios como el padre que recibe al hijo después de una larga ausencia, pero que tiene en cuenta también al hijo que está en casa. Por eso sale a invitarlo para que participe de la fiesta.

Es un concepto realmente interesante, que nos lleva a pensar que las diferencias y las comparaciones las hacemos nosotros, pero que en realidad no hacen parte de las leyes de Dios.

Cada uno de nosotros hacemos parte de un proceso evolutivo propio, tenemos unas experiencias evolutivas y somos de una forma determinada. Esto hace que seamos distintos, pero esas diferencias en cuanto a las actitudes y aptitudes de cada uno de nosotros, son propias del grado de progreso al que hemos llegado. Esto es natural y no nos hace a unos mejores que a otros. Todos somos iguales en potencia, y aquel que llegó a un grado evolutivo empezó por abajo, y fue gracias a sus luchas, a sus aciertos y errores, a su caminar, que llegó donde hoy está, y que los que aún estamos en los primeros peldaños de la escalera, también subiremos. Con esto queremos llamar la atención a que Dios nos ama a todos por igual, y lo que es muy importante, no nos compara, no nos juzga, no crea preferencias entre unos y otros.

Cuando digo que Dios no nos juzga puedo estar entrando en conflicto con la idea de la justicia de Dios. Me gustaría realizar un apunte en este sentido con un ejemplo:

Físicamente existen unas leyes generales que regulan el universo. Una de esas leyes o fuerzas es la gravedad. Esta ley indica que dos cuerpos ejercen una atracción recíproca, que es proporcional a su masa. Supongamos, por ejemplo, que lanzamos un objeto pesado hacia arriba, lógicamente, por medio de la acción de la gravedad, ese cuerpo caerá. Si nosotros nos ponemos debajo de la trayectoria el objeto nos golpeará. De la misma forma que existen unas leyes físicas que hay que respetar, existen unas leyes morales hacia las cuales debemos tener el mismo respeto. Cualquier acto que entre en conflicto con alguna de esas leyes, genera una acción que tendrá una consecuencia. Por lo tanto, podemos establecer que Dios no nos castiga, y por extensión, tampoco nos juzga en el sentido humano de esa expresión. Somos nosotros mismos que incumpliendo con las leyes de la vida recibimos de acuerdo con nuestras acciones.

Una consideración que hace el autor al respecto de la parábola y del cuadro, y con esto termino, es la necesidad de convertirnos nosotros en padres. A lo largo del libro va haciendo un repaso de como somos espectadores, como somos el hijo menor, como el hijo mayor y al final, como nos convertimos en padres. No implica que todos nos convirtamos en Dios, sino que los atributos de Amor incondicional y sentido de la Justicia deben ser nuestros valores y metas. De esta forma, y gracias al conocimiento de la reencarnación que el espiritismo nos da, todos llegaremos a ese estado, cuando abandonemos los papeles de espectadores, superemos nuestra rebeldía, eduquemos nuestro interior y pasemos a vivir en el amor a los demás, que es la finalidad de nuestra existencia.

1 comentario: