El regreso del hijo pródigo (4)

Juan José Torres


Observando atentamente la parábola, y también el cuadro de Rembrandt, vemos que hay una figura importante que debe ser tenida en cuenta. Se trata del hijo mayor.

Si bien es verdad que los personajes principales del relato de Jesús son el padre y el hijo ingrato y rebelde, también es cierto que Jesús no desaprovecha la ocasión de dar una magistral lección en relación a la psicología del ser humano. Analizando de forma pausada y tranquila sus parábolas y enseñanzas, entendemos la profunda sabiduría que encierran, y no tenemos más que admirar esas lecciones que conservan el mismo frescor y actualidad en los días presentes que cuando fueron dichas. Me atrevería a decir, que con el paso del tiempo han ganado, ya que tenemos la posibilidad de comprenderlas en su profundidad y sabiduría plenas.

Rembrandt también supo ver esto en la parábola, y si observamos el cuadro, la imagen central no se encuentra en el centro, sino hacia la izquierda. A la derecha, de pie, mirando a su padre y hermano, está el hijo mayor. Es de notar que el hijo mayor no se acerca a la escena donde está transcurriendo la acción, mantiene una distancia. El padre se agacha para recibir al hijo arrodillado, pero el hermano mayor permanece de pie, solemne, mirando la escena pero sin participar de ella.

Recordemos que el hijo mayor, en la parábola representa al hijo bueno, aquel que ha sabido obedecer al padre y ha cumplido siempre con sus deberes. Si todos, mediante la ley de la reencarnación, hemos sido hijos pequeños, que hemos abandonado a nuestro padre para adentrarnos en vivencias perturbadoras, -psicológicamente entendido- no es menos verdad que todos también podemos identificarnos en el hijo mayor, que ha respetado correctamente las normas establecidas, ha cumplido con su deber como ciudadano, como hijo, como trabajador, como padre... Pero, ¿qué hace el hijo mayor cuando recibe la noticia de que su hermano ha vuelto y su padre ha hecho celebrar una fiesta?

En la parábola Jesús ha pintado a la perfección el interior del alma humana. Todos nosotros tenemos esa dualidad, lo que hacemos por fuera y lo que vivimos interiormente. El hijo mayor representa al ser humano correcto, que cumple con su deber, pero lo hace más por una obligación y por el deseo de agradar que por el valor del deber mismo. Por eso, cuando su hermano es acogido por su padre, él se queja, se revela ante el padre que atiende al hermano y no se fija en él.

El hermano mayor no valoraba que el tener trabajo en casa de su padre, participar de su mesa diariamente, haber honrado su apellido, eran ya una recompensa mucho mayor que cualquier otra. Es decir, el bien lleva implícito en si mismo la recompensa, pues nos hace mejores, nos engrandece delante de la vida y nos permite crecer espiritualmente. Si hacemos el bien esperando una recompensa externa, el bien no nos importa, lo que nos importa es lo que nos puede reportar ese comportamiento. Esto es lo que quiere dejar Jesús claro en su parábola, que debemos amar el buen proceder por él mismo y no por las consecuencias favorables que puede tener para nosotros. De esta forma, cuando el hermano mayor se queja, demuestra que para él su obediencia y buen proceder habían sido siempre una carga.

Viendo esta enseñanza de Jesús, ¿no nos sentimos identificados con ese hijo mayor? -En innumerables ocasiones, al menos en mi caso, me siento identificado con él. Si he tenido algún comportamiento correcto hacia alguien y observo que no se me retribuye de la misma forma, generalmente me revelo, lo veo como una injusticia y se genera en mi un sentimiento de recelo. Esto me hace ser crítico con el comportamiento de los demás, fijarme en sus defectos y de esta forma me alejo de la finalidad real de mi existencia, que no deja de ser el adquirir aquellas cualidades que me faltan o que aún no están lo suficientemente desarrolladas, y a la vez, desterrando aquello no sea positivo de mí.

Podríamos preguntar a esta altura, -Entonces, ¿debemos cerrar los ojos ante el comportamiento de los demás y no observar sus buenas o malas cualidades? -Esto sería imposible además de perjudicial para nosotros. Saber valorar correctamente el bien y el mal es necesario para nuestro crecimiento, pero el mal ha de verse con la finalidad de mejorarlo, de ayudar a aquel que aún no alcanzó las condiciones para otra forma de comportamiento y nunca, para aprovechar los errores de los demás con la finalidad de pisotearlos. Es una línea muy delicada la que existe entre el que ve el mal de los demás con un sentimiento de comprensión, y aquellos que nos amparamos en ideales de justicia y libertad para ser portadores de la crítica mordaz y destructiva, que arrasa todo cuanto toca.

Así pues, en el fantástico cuadro pintado por Jesús en su parábola, encontramos dos actitudes psicológicas diferentes, pero ambas afines a un abandono de la casa del padre. Uno es un abandono externo, vinculado a los placeres materiales, a la sensualidad, la falta de responsabilidad y la huida, el otro es un abandono interno, donde la crítica, el sentimiento de superioridad, el resentimiento y lo que es más importante, el sentirse infravalorado, hacen parte de nuestra estructura psíquica. Ambos, por lo tanto, necesitan de un camino de regreso.

El hermano mayor, al ver que el padre recibía con alegría al hijo que había perdido, siente que no está valorado, que no se ha tenido en cuenta su labor durante tantos años en la casa de su padre. Esto se desprende de sus palabras: “He aquí, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tu mandamiento; y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos. Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado.”

En estas palabras claramente se ve expresado el desagrado profundo del hijo hacia su padre, al que considera que no lo valora, ya que premia al hijo que se fue mientras a él no lo ha premiado nunca.

Esta actitud es muy importante, y se hace necesario un estudio muy cuidadoso de nosotros mismos para no caer en estos procesos. El victimismo es un mecanismo de defensa automático, pero de resultados lamentables. Cuando nos hacemos las víctimas, cuando pensamos que no nos quieren, que no nos valoran, que los demás son injustos con nosotros, entramos en una espiral de la que es muy difícil salir, puesto que empezamos a transferir hacia los demás la responsabilidad de nuestra vida. La lamentación y la queja se torna habitual en nosotros, y esto hace que empecemos a generar en los demás el sentimiento contrario al que deseamos despertar. Veamos las palabras de Henri J.M. Nouwen a este respecto: "Es muy duro vivir con una persona que siempre se está quejando, y muy poca gente sabe cómo dar respuesta a las quejas de una persona que se rechaza a si misma. Lo peor de todo es que, generalmente, la queja, una vez expresada, conduce a lo que se quiere evitar: Más rechazo".

Otra pregunta interesante sobre la parábola es porqué el hijo mayor no se alegra con la venida del hermano. Supongamos que no estuviera de acuerdo en el comportamiento del padre, pero eso no indica que no se sintiera feliz por el reencuentro con el hermano. ¿Por qué no sucede así?

Vemos cómo entendía Jesús la psicología del ser humano. En este pasaje está claramente pintado el sentimiento de temor a la pérdida. El en caso estudiado, el hermano mayor vivía una situación profundamente cómoda. Era el hijo predilecto, todas las atenciones de su padre eran para él. En esta situación se sentía completamente seguro, pero ahora el hermano volvía, y en vez de ver a un hermano, inmediatamente vio a un rival, alguien que lucharía desde ese momento por el afecto y el amor del padre. Esto generó profunda inseguridad en él y despertó el sentimiento de egoísmo y orgullo. ¿Cómo se atrevía este ingrato a volver a la casa de su padre? Él siempre se había sentido superior a su hermano y ahora el hermano estaba ahí, siendo recibido por el padre con amor. ¿Pero el amor del padre no le pertenecía?

Es natural que en nuestro proceso evolutivo aún no hayamos comprendido que el amor no se divide cuando se reparte, sino que se multiplica. Estamos tan aferrados a las posesiones que medimos todo de la misma forma, sin comprender aún que el valorar a otro no implica desvalorarnos a nosotros mismos, por eso, cuando vemos que otro recibe atenciones el sentimiento de perder las que nos corresponden a nosotros se instala en nosotros. Volvamos a la parábola, y cuando el hijo le recrimina al padre, este le dice: -“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.

En estas profundas palabras, Jesús nos enseña que Dios nos ama siempre. Que nuestro hermano no es un rival, sino un compañero de camino. Con estas palabras podemos ver como no hay injusticia en la obra de Dios. Cada uno tiene de acuerdo con lo que gane. El hijo menor se marchó, y el mismo amor del padre de permitió su marcha, le dio total libertad para seguir por el camino que deseara, y cuando arrepentido vuelve, lo recibe, sabiendo que debe haber sufrido mucho para retornar humillado y abatido. El padre comprende que se marchó por inmadurez y que las experiencias difíciles por las que ha pasado son el correctivo necesario para su despertar de conciencia, por eso, cuando vuelve arrepentido lo recibe con el mismo amor que le tenía. En cuanto al otro hijo le indica que no tiene porqué sentirse temeroso de la vuelta de su hermano, ya que siempre está con él y le da todo lo que tiene, invitándolo a la fiesta. Esta visión profunda y espiritual de Dios se aleja completamente de la idea del infierno eterno que posteriormente se ha enseñado, y nos muestra un Dios profundamente sabio y bueno.

Llega la hora del retorno, y para ello nada mejor que la gratitud. Aprender a agradecer a la vida es un desafía para el ser humano espiritualmente maduro. Comprender que la vida es justa y sabia porque Dios es justo y sabio implica mucho más que entenderlo intelectualmente. Significa aceptar con serenidad y alegría nuestra vida, confiando que en ella se dan siempre los elementos necesarios para nuestro progreso, lo que no implica aceptar con quietud todo lo que tengamos. La lucha por mejorar, por crecer y superar los momentos difíciles es necesaria y positiva. En definitiva, el hijo mayor somos nosotros mismos, nuestro interior que necesita crecer y comprender los mecanismos de progreso y crecimiento que la vida nos depara.

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