El regreso del hijo pródigo (2)

Juan José Torres

Una vez analizado, bajo un contexto espírita, los diferentes mecanismos psicológicos que nos llevan a una actitud de espectadores, es decir, a una actitud pasiva delante de nuestra realización espiritual, pasaremos al análisis de la parábola y de cómo Rembrandt la interpretó en su genial obra.

Basándome en un razonamiento del autor del libro sobre el cual baso este artículo, comprobamos que el título. "El regreso del hijo pródigo" lleva implícito la marcha. Solo se puede regresar cuando nos hemos ido. Este concepto es muy interesante, y aunque obvio, implica una reflexión profunda dentro del contexto espírita.

Como la propuesta de la parábola es el abandono y posterior regreso del hombre con respecto a Dios, cabe la pregunta: ¿Hemos abandonado a Dios? ¿Qué significa, desde la visión espírita el abandonar a Dios? Si hemos abandonado a Dios, ¿cabe pensar que en algún momento estuvimos con él? Y si es así, ¿no implica esto un proceso de involución, algo contrario a la propuesta espírita de que el progreso se realiza siempre hacia adelante?

Para responder satisfactoriamente a todas estas preguntas, se hace necesario hacer un breve repaso de la visión espírita en cuanto al destino y la finalidad del ser humano.

Considerando nuestra naturaleza espiritual como la realidad de lo que somos, y siendo el cuerpo simplemente un instrumento de manifestación del espíritu, sabemos, gracias a las manifestaciones de los espíritus y nuestro análisis lógico-racional, que Dios no pudo crear al espíritu hecho. Si así fuera, sería imposible comprender cómo Dios pudo crearnos con tantas diferencias intelectuales y morales. La existencia de un Chico Xavier, una Madre Teresa, un Martin Luter King, junto con dictadores, criminales, y personas de las más bajas cualidades implicaría que Dios sería totalmente parcial e injusto, dotando a unos de nobles cualidades mientras que a otros los condena con las más bajas pasiones. La propuesta espírita es de igualdad. Dios nos ha creado a todos iguales, partiendo desde cero. Es gracias a nuestro trabajo en las múltiples reencarnaciones, que vamos adquiriendo las cualidades de las que somos portadores. Por lo tanto, la única diferencia entre esos espíritus y nosotros es el haber aprovechado mejor o peor las oportunidades que la vida nos ha otorgado, o bien que la "edad" de nuestros espíritus sea distinta. (Entiéndase edad no en un contexto de años como lo podemos entender aquí en la tierra. La visión espírita es que Dios, siendo eterno, desde siempre ha creado espíritus, proceso que continúa en la actualidad. De esta forma, hay espíritus que comenzaron su evolución hace mucho y han adquirido ya un progreso, mientras que otros estamos ahora comenzando).

Ahora bien, si comenzamos nuestro desarrollo espiritual desde cero, -para emplear el lenguaje que los espíritus utilizaron- sencillos e ignorantes, ¿cómo saber diferenciar el bien del mal? ¿cómo no perdernos en este proceso?
En la pregunta 621 del libro de los espíritus, Kardec indaga al mundo espiritual:
-¿Donde está escrita la ley de Dios?
-En la conciencia.
De esta respuesta podemos deducir que si es verdad que Dios nos ha creado a todos sencillos e ignorantes, también es verdad que nos ha otorgado un atributo que nos va a permitir conducirnos por el camino del progreso. Este es la Conciencia. Todos tenemos conciencia, todos en algún momento de nuestra vida tenemos ese minuto de reflexión en el que nos preguntamos: -¿Esta forma de actuar, será la correcta? Es gracias a la conciencia que desarrollamos el sentido de la empatía, y nos ponemos en el lugar del otro.

Pero en el proceso de la evolución, muchas veces hacemos oídos sordos a la conciencia, no la escuchamos. Este es el abandono de que nos habla Jesús. No es un abandono literal, en el que nosotros estábamos con Dios y decidimos dejarlo. El abandono a que hace referencia Jesús en su parábola es un abandono psicológico, cuando dejamos de oír la voz interior que nos indica el camino correcto y nos perdemos en el mar de las pasiones, los vicios, los sentimientos negativos. Cuando erigimos el egoísmo como baluarte de nuestras vidas y pasamos a considerarnos como el eje central del mundo.

Este abandono implica la ruptura interior entre nuestro potencial espiritual y nuestro deseo, y supone un momento grave en nuestro proceso de evolución. Este proceso podría evitarse en parte si supiéramos escuchar nuestra conciencia, pero si así no lo hacemos, entramos a vivir experiencias perturbadoras, en las que por medio del error, y el sufrimiento consecuente de él, vamos aprendiendo lentamente la diferencia del bien y del mal, ya que no seguimos a nuestra propia conciencia que nos guía en ese proceso.

El cuadro pintado por Jesús en la parábola es mucho más fuerte de lo que podemos imaginar. Para eso es necesario adentrarnos en la cultura de Palestina en la época en la que Jesús habla. En esa época, con un sentimiento totalmente patriarcal, que un hijo se atreviera a pedir a su padre que repartiera sus bienes y le diera la parte que le tocaba, implicaba uno de los más graves errores que alguien pudiera cometer. El padre, en aquella época y cultura, tenía plena y absoluta autoridad sobre sus hijos, que tenían la obligación total de obedecerle y respetarle, acatando siempre sin réplica ni posibilidad de crítica todos sus actos y decisiones. Pedir a tu padre que te repartiera sus bienes y te diera su parte, implica una ruptura total hacia él, que en aquella época ningún padre hubiera tolerado.

Henri J.M. Nouwen, al hacer un estudio de esta situación, entrevistó a expertos en la cultura Palestina de la época de Jesús y todos le contestaron lo mismo: ."Es algo imposible que sucediera". Ante su insistencia: -¿Y si hubiera sucedido? -Todos contestaban de la misma forma: -"No es posible, ningún hijo pediría nunca eso a su padre. El padre hubiera matado al hijo."

Al ver la parábola desde esta posición, entendemos mucho mejor la imagen que Jesús quería crear en sus seguidores. Estaba hablando de algo grave y profundamente serio, cuyas consecuencias serían desastrosas.

-¿Que hace el hijo cuando se marcha? -Jesús es claro: -Juntó todos sus bienes, se fue a una región lejana, y allí vivió perdidamente.

Es decir, se marchó a una región lejana. Esta marcha implica el abandono psicológico de que hablamos anteriormente. Abandonamos la voz interior de nuestra conciencia, dejamos de oírla, y comenzamos a vivir perdidamente.

El concepto de vivir perdidamente no tiene, para el espiritismo, las implicaciones religiosas del pecado y el castigo. Es mas bien una ley de acción y reacción. Como la vida está basada en el equilibrio, toda ruptura de ese equilibrio tiene unas consecuencias. Si lo analizamos materialmente así sucede. Nuestro cuerpo físico necesita de una serie de elementos para la vida. Uno de ellos es la alimentación. Si comemos menos de lo que necesitamos, el cuerpo enferma, si comemos más de lo que necesitamos, el cuerpo enferma. Como espíritus estamos sujetos a la misma ley. Por lo tanto, si en nuestra marcha evolutiva elegimos un elemento que nos impide la realización de nuestro crecimiento, como consecuencia de eso surge el sufrimiento como elemento equilibrante, ya que nos indica que eso que hicimos no es lo correcto delante de la vida. De esta forma aprendemos.

Si observamos atentamente la parábola, comprobamos como Jesús plasma perfectamente ese concepto cuando afirma que una vez que había gastado todo, vino una época de hambre. Eso es precisamente lo que sucede cuando nos entregamos a las pasiones, a los vicios, a las manifestaciones del egoísmo y el orgullo, llega un momento que esa vida termina. Ya sea por enfermedad, por vacío personal, por luchas acerbas contra otras personas, por abandono de nuestro seres queridos, vejez, etc., lo que era una forma de vida y nuestra identidad pasó, y como no edificamos más que en todos esos placeres y goces, y ahora ya no los tenemos, surge el hambre y la miseria moral, y es ahí, como nos volvemos a acordar de nuestra casa, de nuestro padre, es decir, cuando nuestra conciencia vuelve a nosotros y empezamos de nuevo a escucharla. El retorno del hijo pródigo comienza.

Rembrandt supo expresar esto en el cuadro que pintó. Si observamos la figura del hijo, y la comparamos con la del padre y la del hermano, vemos la enorme diferencia entre ellos. Mientras el padre está vestido con majestad, el hijo que retorna está vestido con harapos. Su cabeza está rapada y sus pies llenos de heridas y descalzos. Es la consecuencia del abandono, pero lo más importante de todo, es que en medio de su miseria tiene un gesto noble, se arrodilla ante el padre y agacha su cabeza. En la siguiente parte reflexionaremos en cuanto a la importancia del regreso.

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