El Centro Espírita 3

Parte 2.2: Los servicios del Centro: La dignificación Humana

Uno de los objetivos que evidentemente se desprenden de la educación espírita, es, sin lugar a dudas, la dignificación humana.

Podemos definir la dignidad humana como el valor que hace parte del ser humano por ser inherente a él. La dignidad dota al ser humano de la cualidad de ser racional, y esa racionalidad le otorga libertar para decidir y conducir su vida. 

Además, le otorga poder creador, pues las personas pueden modelar y mejorar sus vidas mediante la toma de decisiones y el ejercicio de su libertad.

Si analizamos objetivamente los principios fundamentales de la doctrina espírita, veremos cómo en ella  la dignificación del ser humano está ampliamente recogida, mucho más que desde los estrechos límites de la ciencia materialista, que a la larga, consideran a ser humano como resultado de una serie de factores externos, como la genética, el medio ambiente, la educación que recibe y los estímulos ajenos a él que lo condicionan.

Desde esta visión materialista, el ser humano no sería libre de conducir su vida, ya que los factores determinantes que constituyen su ser serían externos a él, y por lo tanto, cada uno de nosotros sería resultado de fuerzas casuales que han interactuado para hacernos como somos, sin que en este proceso haya habido una participación activa de nuestra parte. Incluso cuando hay una conciencia de esa necesidad, ella viene determinada por factores genéticos, ambientales o educacionales que nos han condicionado de una forma u otra.

La visión espírita, por el contrario, con la admisión de la reencarnación, nos otorga la libertad de nuestras vidas, que son siempre el resultado de nuestro comportamiento. Eso nos hace libres y también responsables, lo que no gusta mucho a las personas que no han despertado aún a responsabilizarse consciente y maduramente de sus actos, ni a aquellos que aún deambulan por periodos de infantilismo psicológico, donde la responsabilidad está siempre en los demás, en el medio ambiente, en la genética, en la casualidad…

Lógicamente es mucho más fácil transferir la responsabilidad de nuestras vidas a factores externos a nosotros que a nosotros mismos, ya que admitir que somos los responsables de nosotros implica que lo que tenemos es consecuencia de lo que hemos hecho. Cuando asumimos esto, aprendemos a valorar siempre nuestras vidas por lo que ellas son, sin transferir al exterior, -en interminables fugas psicológicas-, nuestra realidad. Esto nos capacita para el trabajo de crecimiento, asumiendo nuestro estado como consecuencia de nosotros mismos, pero sabiendo también, que tenemos un potencial inmenso para desarrollar, y que dependerá exclusivamente de nuestro trabajo que ese potencial habrá de desarrollarse.

El conocimiento de esto no implica que debamos caer en procesos de culpa y remordimiento. Saber que somos los responsables de nuestra evolución no significa que debamos amargarnos incesantemente por las experiencias fallidas. 

La postura espírita no es de culpabilidad sino de responsabilidad.

La diferencia entre un concepto y otro es fundamental. La culpabilidad es un concepto arraigado en las creencias religiosas dogmáticas:“Somos culpables y por ello tenemos que sufrir, ya que la culpa lleva implícito el castigo”. Si hablamos por el contrario de responsabilidad:“no tenemos por qué sufrir, sino simplemente asumir con dignidad la parte de responsabilidad que nos toca y trabajar para superar los conflictos que tenemos”.

No voy a extenderme mucho más en estos conceptos. Los hemos puesto aquí como preámbulo a la labor de dignificación del ser humano que debe realizarse en el centro espírita, labor esta que es fundamental para dotar al grupo de la verdadera dimensión que el espiritismo tiene, y que nos brinda a todos.

Ya hablamos en este trabajo sobre los “maestros” en el centro espírita. Volvemos al tema ya que tiene mucho que ver con esta parte, pues uno de los problemas más acuciantes y graves de un grupo espírita, es cuando en él hay erigidos, ya sea objetivamente o subjetivamente, los pretendidos “maestros”, que tienen la finalidad de enseñar a los demás, y enseñar sería en el mejor de los casos, ya que hay otros que van más lejos y pretenden convertirse en guías de otros.

Pero no nos adelantemos, veamos el concepto de “enseñar”.

Enseñar es transmitir una serie de ideas, conceptos, conocimientos y habilidades a personas que no los poseen, esto, de forma clara y comprensible para permitir su asimilación. Visto así, cuando nos preparamos una clase o reunión, nuestra finalidad es enseñar, y esto es algo muy noble y muy positivo.

El problema en el grupo espírita radica no en el concepto de enseñar, sino en el concepto de imponer mi enseñanza y mis criterios como los únicos o mejores.

¿Cuántas veces hemos oído en los grupos espíritas: “El espiritismo es la verdad”?

Desgraciadamente esto se oye en muchas ocasiones, cuando es una afirmación destituida de lógica y razón. Cuando hablamos de “La Verdad” englobamos todo el conocimiento, todo el saber… y preguntamos: ¿Ha dicho el espiritismo la última palabra en todo? –Obviamente no, por lo tanto, no se puede considerar como la verdad.

Tanto valdría decir: -La física es la verdad, la biología es la verdad, la astronomía es la verdad y así para cada una de las disciplinas científicas, filosóficas o religiosas que existen. ¿Veríamos lógico hablar así? ¿Estaríamos de acuerdo con eso? –Por supuesto que no. –Entonces, ¿por qué hablamos de esa forma al respecto del espiritismo?

El espiritismo ha realizado una serie de estudios en relación con la espiritualidad del ser humano y las consecuencias que su naturaleza espiritual tienen para su vida. Se ha basado en el fenómeno de la comunicación con los espíritus para llegar a esas conclusiones y ofrece un conocimiento de una realidad. Este conocimiento no es aún completo, ya que todavía nos falta mucho por saber, por lo que hay un proceso de crecimiento y de aprendizaje constante en el espiritismo, y por lo tanto, el espiritismo no es “La verdad”. Presenta una realidad, una verdad, como otras disciplinas científicas presentan otras realidades y verdades.

En una ocasión le preguntaron a Chico Xavier qué era la verdad, y él respondió:
-Imaginemos la verdad como un espejo que dejamos caer desde determinada altura, rompiéndose en muchos pedazos. Cada uno de nosotros cogemos un pedazo del espejo. ¿Quién tiene el espejo? –Nadie y todos. Nadie tiene el espejo completo, y todos tenemos partes del espejo.

La verdad sería el conocimiento absoluto, y este solo lo posee Dios. El hombre, poco a poco, gracias al trabajo y al esfuerzo por ir aprendiendo, va acercándose poco a poco a esa verdad dentro del campo de investigación que le es propio.

Con esto queremos decir, que la mejor forma de “enseñar” el espiritismo en los grupos espíritas es mediante la exposición clara y lógica de sus argumentos, permitiendo el análisis lógico y racional de todos los demás, tal y como lo hacía Allan Kardec. Él nunca dijo que el espiritismo era la verdad y por lo mismo que había que acatarlo sin análisis. Todo lo contrario, en todo momento Kardec nos invitó al análisis, a reflexionar sobre los principios que nos enseñaron los espíritus, porque él sabía, que solo cuando admitimos algo porque hemos llegado a la convicción que nace del análisis y del razonamiento, es que pasa a formar parte de nuestra estructura mental.

Por eso es realmente importante que en los centros espíritas se cultive el libre análisis de los principios espíritas, se permita a los concurrentes pensar y analizar todo cuando se dice, se les dé la oportunidad de no estar de acuerdo si es que realmente no están de acuerdo, -lógicamente siempre que se haga con el debido respeto al lugar donde nos encontramos,- y de admitir solo lo que podamos comprender. En otras palabras:Educar para pensar, de modo que podamos conducir cada uno nuestra vida en base a los principios con los que nos sentimos afines, y a tomar decisiones basándonos en la libertad de conciencia.

Por lo tanto en papel del maestro sobra en el grupo espírita. En realidad, todos somos aprendices, primero del espiritismo y en segundo lugar unos de otros. 

Nada hay peor en un grupo donde unos se convierten en maestros de otros, diciéndoles lo que deben o no deben hacer o decir.

Visto esta cuestión, que me parece de suma importancia, y recordando una vez más que esta opinión es personal, y que no pretendo en ningún momento que sea tenida por absoluta, permitiendo el análisis de mis palabras y la aceptación o no de ellas, paso a otro tema capital en un grupo espírita: El guía espiritual del grupo.

Aprendemos con la doctrina espírita que el mundo espiritual no es un mundo ajeno a este, sino que es un mundo que se relaciona con este y con el que podemos interaccionar. Nosotros podemos, gracias a nuestros pensamientos, sintonizar con los espíritus que nos rodean y recibir sus sugerencias en forma de inspiración. Todo el mundo, independientemente de sus creencias y opiniones al respecto de la espiritualidad recibe esa influencia, y la calidad de la misma depende de nuestros pensamientos, ya que el proceso de sintonía se da por afinidad.

Además sabemos, que hay espíritus buenos que nos quieren bien y se interesan por nosotros, ayudándonos en nuestras luchas y dificultades. No significa que nos libren de las experiencias por las que tenemos que pasar, puesto que son estas experiencias las que nos propician los elementos necesarios para nuestro aprendizaje. Su labor es más de apoyo, inspirándonos buenos sentimientos y orientándonos para que sepamos aprovechar la vida.

Los grupos espíritas también tienen sus espíritus afines que les orientan y ayudan. Esto es natural y debemos decir que no solo los grupos espíritas, sino cualquier institución que se dedique al bien tendrá espíritus buenos ayudándole en sus trabajos, por lo que la cuestión del guía no es exclusiva de los grupos espíritas.

Este hecho, que es un estímulo para la realización de los trabajos, debe ser encarado por un sentimiento de respeto hacia ellos, sin mezclarlos en las decisiones que debemos tomar nosotros y mucho menos responsabilizándolos de nuestras tareas en los grupos. Decimos esto porque hay un acentuado guiísmo en diversos grupos espíritas, que todo lo consultan a los espíritus, y lo que es peor, aceptan todo lo que ellos proponen, sin someterlo, la mayoría de las veces, al análisis y al control de la razón.

Consideramos que esto es perjudicial para el grupo, ya que la dirección de la parte material del grupo, es decir, de todo lo que está relacionado con nosotros, con nuestros trabajos, con nuestras decisiones, pertenece a nosotros, y pretender que los espíritus están ahí para atender y solucionar todas nuestras tareas sería conocer muy poco el espiritismo. Un grupo que todo lo confía a los espíritus sería semejante al alumno que todo lo confía a su maestro, y deja que sea este quien se examine por él. ¿Qué pensaríamos de un maestro así? 

Entonces, ¿por qué acreditar que los espíritus si lo hacen?

No podemos olvidar que el trabajo del grupo, sus dificultades, problemas, desafíos… son elementos que nos van a ir permitiendo aprender y que nos ayudarán a desarrollar cualidades de orden moral y espiritual, es por eso que los espíritus nos dejan a nosotros la responsabilidad de nuestra parte de la tarea, cabiéndonos cuidar muy bien nuestros actos para que las actividades sean hechas de la mejor forma posible. Descuidarnos con la pretensión de que están los espíritus para suplir nuestras deficiencias es ligereza y falta de buena voluntad, actitudes que diariamente nos enseñan los espíritus que debemos combatir.

Esto no implica que en determinados momentos ellos nos den sugerencias valiosas, nos ayuden en las horas de dificultad, nos estimulen exhortándonos al buen ánimo, pero siempre lo hacen desde la prudencia y el respeto, dejándonos en todo momento la libertad de análisis de lo que nos proponen bajo los parámetros democráticos de los que ya hablamos anteriormente. Confiemos por lo tanto en ellos, pidámosles ayuda e inspiración en la certeza de que nos la ofrecerán, sintámoslos a nuestro lado acompañándonos, como amigos y consejeros, pero no perdamos la objetividad, seamos analíticos y actuemos en base a criterios racionales. Esta será siempre la mejor guía en nuestros trabajos.

Terminamos esta parte de la dignificación del ser humano recordando una enseñanza, -me parece que es oriental: “Si alguien te pide un pez, dáselo. Si te lo vuelve a pedir, dale una caña y enséñale a pescar” Esta es, sin duda, la mejor forma de ayudar: No hacer el trabajo por los demás, que por otro lado es siempre imposible, sino ofrecer los elementos para que todos lo podamos hacer por nosotros mismos.

Juan José Torres

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